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El Primer Profesor de Teología y Bienestar Animal del Mundo

Andrew Linzey

Andrew Linzey

Muchos conocerán, y tal vez han sido lo bastante afortunados de oírle hablar, al Reverendo Dr. Andrew Linzey – el equivalente a Howard Lyman para la Iglesia de Inglaterra – como un orador carismático, autor y defensor de los animales. Sin embargo, no todos sabrán que el Profesor Linzey ahora mantiene el primer fellowship en teología y bienestar animal del mundo, trabaja con estudiantes de postgrado de todas las denominaciones en la prestigiosa Universidad de Oxford, en Inglaterra. A continuación un extracto de una de sus muchas contribuciones acerca de la postura de la teología cristiana sobre los animales no humanos.]

 

UN EVANGELIO PARA CADA CRIATURA

He sido un defensor de la causa de los animales durante más de veinticinco años. En un principio no creía que la crueldad hacia los animales, a pesar de la importancia que tiene en sí misma, algún día se convertiría en un punto de gran relevancia para los cristianos. Pensaba, es un asunto importante, pero secundario. Ahora no. Lo que hacemos con millones de animales, en términos de dolor, sufrimiento y muerte, constituye, creo yo, una de las principales cuestiones morales de todos los tiempos.

Por otra parte, ahora veo que va directo al corazón del evangelio que profesan los Cristianos. Esto es el evangelio del amor invencible, inconquistable de Dios – no sólo para los seres humanos sino para todas las criaturas. El Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y especialmente de Jesús, ama a todas las criaturas. Los Cristianos debemos encontrar un nuevo corazón – un corazón lo suficientemente grande para abrirse a dos grandes verdades evangélicas.

La primera es que los animales son criaturas de Dios: no propiedad humana, no herramientas, no recursos, no mercancías, sino seres preciosos a la vista de Dios. La segunda es la similitud del sufrimiento de Jesús con el de los animales. «Piensen entonces, mis hermanos», predicó John Henry Newman en Oxford 1842, «en lo que sienten cuando se enfrentan a la crueldad que se practica en los animales, y vivirán un sentimiento semejante al que la historia de la Cruz de Cristo y la Pasión deben despertar dentro de ustedes». Los Cristianos que tienen la mirada fija en el horror de la Crucifixión están en posición de entender el horror del sufrimiento inocente. La Cruz de Jesús es la identificación absoluta con el débil, el impotente y el vulnerable, pero más que nada con el sufrimiento del desprotegido, indefenso, inocente.

He hablado de cómo la sensibilidad al sufrimiento debe ser un asunto de obediencia al evangelio. Pero, en realidad, es entre los Cristianos donde ahora nos encontramos la traición más grande a este evangelio. En España, no se puede encontrar ni una sola autoridad Católica Romana que se oponga a las corridas de toros. En Canadá, los obispos Anglicanos y Católico-Romanos apoyan la cacería de focas y otros animales por sus pieles. En Noruega, el clérigo defiende la cacería de ballena. En Irlanda, los sacerdotes Católico-Romanos van a las carreras de liebres. Y en Inglaterra el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra no se opone a la cacería por deporte en tierras de la Iglesia. Esta traición tiene una larga y poco aduladora historia. Desde el siglo IX al siglo XIX, miles de animales han sido sujetos a procesos criminales y sentenciados a la pena capital por cortes eclesiásticas, resultando en una crueldad bárbara. Aún a mediados del siglo XIX el Papa Pío IX prohibió la apertura de una oficina que se dedicaría a la protección de los animales en Roma, basándose en el supuesto hecho de que los animales no tienen ningún valor intrínseco, y en la idea de que lo que hacemos con ellos no necesita ser gobernado por consideraciones morales fundamentales, esto se ha vuelto la teología estándar en los países Católicos.

Un Dios que permanece apático frente al sufrimiento inocente simplemente no puede ser un

Dios Cristiano. Ninguna teología que nos desensibilice del sufrimiento puede ser una teología verdaderamente Cristiana.

No se puede enfatizar lo suficiente que la imagen de Dios que se interesa exclusivamente por la salvación humana y es indiferente al sufrimiento de la creación no humana se ha convertido en una fuente de desesperación moral. Si los Cristianos hoy día se preocupan tan poco por los animales, es porque al Dios en el que parecen creer le importa todavía menos. Por mi parte, yo creo que si Dios es bueno, justo y santo, cabe esperar que haya redención para cada una de las criaturas que sufre. Nada menos que eso haría a Dios un Dios verdaderamente justo.

Cuando el Dr. Linzey fue invitado a hablar en Madrid, la Reina de España quedó tan impresionada que solicitó asistir a una de sus charlas y subsecuentemente le concedió una audiencia para seguir hablando con él. Aparentemente no había encontrado a nadie como él en la Iglesia Española, aunque son bastante necesarios.

 

LOS ANIMALES EN LA TEOLOGÍA (extracto)

ANDREW LINZEY

Veneración, responsabilidad y derechos. ALBERT SCHWEITZER.

Este capítulo trata fundamentalmente de lo que moralmente debemos a los animales como criaturas de Dios. Considero tres cuestiones:

  1. ¿Debemos mostrar respeto, o veneración, a los animales?;
  2. ¿Tenemos responsabilidades para con los animales?, y
  3. ¿Tienen derechos los animales?

Propongo que las tres preguntas se deben responder afirmativamente. Aunque mantengo tenazmente la doctrina de los derechos morales de los animales, se verá que, no creo que la terminología de los derechos deba enmascarar otros conceptos como el «respeto» o la «responsabilidad». He tratado el tema de los derechos animales extensamente en mis libros Animal rights: a Christian assessment y Christianity and the rights of animals, (Andrew Linzey, Animal rights: a Christian assessment, p. 20-29, y Christianity and the rights of animals, p. 68-98.) y no quiero reproducir aquí simplemente los mismos argumentos. El concepto de derechos, en mi opinión, es totalmente compatible con una teología moral y se debe extender adecuadamente para incluir a los animales. Al mismo tiempo, me resisto a creer que el lenguaje de los derechos es exhaustivo con respecto a todo lo que se tiene que decir acerca de los animales desde un punto de vista teológico. Bajo mi punto de vista, existen adecuadas bases teológicas para respetar el mundo de los animales, aceptar responsabilidades y reconocer sus derechos de origen divino (Una serie de reuniones patrocinadas por la Asociación británica de veterinarios ha contribuido, entre otros, a llevar el tema de los animales a la primera línea del debate contemporáneo. Véanse especialmente R.D. Ryder y David Paterson (dirs.), Animals’ rights: a symposium, basado en una conferencia celebrada en el Trinity College de Cambridge en 1977; David Paterson (dir.), Humane education: a symposium, basado en una conferencia celebrada en la Universidad de Sussex en 1980, y R.D. Ryder (dir.), Animal welfare and the environment, basado en una conferencia celebrada en la Christ Church de Oxford en 1990.).

Veneración por la vida
La idea de que la creación animal en sí misma debe ser objeto de honor y respeto por haber sido creada por Dios, por más elemental que nos pueda parecer, no es de las que se han mantenido a través de los siglos de pensamiento cristiano. Aunque se puede alegar que tiene cierto fundamento en las Escrituras, en, por ejemplo, el sentimiento de maravilla y belleza de la creación de Dios expresado en las Salmos, y en el cuidado que Jesús pone en los gorriones (Los textos bíblicos clave se recogen en la antología de Andrew Linzey y Tom Regan (dirs.), Animals and Christianity: a book of readings (AAC en adelante); véase también la discusión de textos clave en las p. 65-69, 166-171, 199-209 (la versión en castellano de todos los pasajes bíblicos que se citan está tomada de La Biblia, Herder, Barcelona 1976), estas indicaciones nunca se han desarrollado en un pensamiento teológico sistemático, y menos en una doctrina totalmente elaborada. De la misma forma, aunque es cierto que muchos «santos», sabios, teólogos y poetas en el seno de la tradición han mostrado o expresado respeto hacia los animales, la idea sigue siendo enormemente vaga y confusa. Con el objeto de hacer más explícita esta cuestión pretendo examinar los puntos de vista opuestos de dos pensadores significativos, pero muy distintos: Albert Schweitzer y Karl Barth.

El concepto de Schweitzer
Schweitzer es conocido fundamentalmente por el desarrollo de este concepto. En su Civilization and ethics examina distintas concepciones del mundo occidental, y las encuentra deficientes. «Nuestro filosofar se ha visto más y más envuelto en la discusión de temas secundarios», argumenta Schweitzer. «Ha perdido contacto con las cuestiones elementales acerca de la existencia y del mundo, que es tarea del hombre plantear y resolver, y ha encontrado cada vez más satisfacción en discutir problemas de una naturaleza puramente académica, y en un mero virtuosismo de técnica filosófica» (Albert Schweitzer, Civilization and ethics, prefacio, p. 5-6. Todos los fragmentos relevantes de Schweitzer, Barth, Aquino y Primatt están recopilados en AAC, y todas las referencias posteriores serán esencialmente de textos recogidos en esta obra). La respuesta a la «crisis espiritual» de nuestra civilización, sostiene Schweitzer, es el desarrollo de un pensamiento ético que debe buscar una afirmación de la vida como «la manifestación de una relación interior, espiritual, con el mundo», y que no «se pierda en pensamientos abstractos», sino que permanezca -en palabras de Schweitzer»elemental», esto es, que «entienda la «autodevoción» al mundo como una autodevoción de la vida humana a todas las formas de seres vivos con los que puede relacionarse» (Schweitzer, Civilization and ethics, p. 212). A partir de esto, Schweitzer deduce una definición clásica: «La ética consiste, por lo tanto, en experimentar la compulsión de mostrar hacia todo lo vivo la misma veneración que me debo a mí mismo. Así nos hemos dado este principio básico de la moral, que es una necesidad del pensamiento. Es bueno mantener y fomentar la vida; es malo destruir la vida u obstaculizarla» (Schweitzer, en AAC, p. 188.).

Se deben subrayar tres características de este principio básico de veneración.

Primero, el principio es exhaustivo. Schweitzer no sitúa la veneración como un principio entre otros, ni siquiera como el principio mas satisfactorio o coherente, sino como el único principio de la moral. El amor y la compasión, por ejemplo, aunque nociones importantes para Schweitzer, están enteramente incluidas en el concepto de veneración. La compasión, que sugiere tan sólo «interés por el sufrimiento de lo que tiene voluntad de vivir», es vista como «demasiado limitada para abarcar la esencia total de lo ético». Por el contrario, la ética de la veneración «incluye también sentir como propias todas las circunstancias y aspiraciones de lo que tenga voluntad de vivir, incluidas sus alegrías y su anhelo de vivir en plenitud, así como su necesidad de autoperfeccionamiento» (Schweitzer, en AAC, p. 119).

Segundo, el principio es universal. Para Schweitzer la veneración se aplica a todas las formas de vida, humanas o animales, insectos o vegetales. La persona ética «no se pregunta hasta qué punto ésta o aquella forma de vida merece nuestra simpatía y nuestra valoración, ni, yendo más allá, si es capaz de sentir, y en qué grado». «La vida como tal es sagrada para él», afirma Schweitzer. Para poder entender las ramificaciones prácticas de la veneración, vale la pena enumerar algunos de los ejemplos que se dan. «El hombre ético», dice Schweitzer, «no parte las hojas de los árboles, no arranca las flores y procura no aplastar a ningún insecto. Si en verano trabaja con luz artificial, prefiere mantener la ventana cerrada y respirar una atmósfera sofocante a ver cómo un insecto tras otro cae con las alas chamuscadas sobre su mesa. Si pasea por la carretera después de un chaparrón y ve a una lombriz sobre ella, piensa para sí que se secará al sol si no retorna con la suficiente rapidez a un suelo que pueda excavar, de modo que la toma de la mortal superficie de piedra y la coloca en la hierba. Si se topa con un insecto que ha caído en un charco, se detiene un momento para proporcionarle una hoja o un palito con el que pueda salvarse». Anticipando la burla o la incredulidad de sus lectores, Schweitzer continúa: «No tiene miedo de ser tomado a risa como un sentimental.» «El destino de todas las verdades es», nos recuerda, «ser tomadas a risa hasta que se reconocen de modo general» (Schweitzer, en AAC, p. 118.).

Tercero, el principio es ilimitado. Schweitzer no expone una casuística. Dejando aparte una posible excepción, la experimentacion animal, no entra a discutir los pros y los contras de tal o cual acción al enfrentarse a tal o cual dilema. «La ética», insiste con una simplicidad severa, quizá poco razonable, «es la responsabilidad sin límites ante todo lo que está vivo» (Schweitzer, en AAC, p. 119; la cursiva es mía).
Sin embargo, para entender a Schweitzer en este punto debemos liberar nuestras mentes de dos prejuicios comunes, pero profundamente erróneos, acerca de su posición. El primero es que propugna una postura absolutista; y el segundo, que era un absolutista en la práctica, o más bien un absolutista en principio pero inconsistente en la práctica. En primer lugar, al mismo tiempo que Schweitzer proclama la necesidad sin límite de veneración, antepone a esta demanda la significativa afirmación de que llegará un tiempo en que «la gente se asombrará de que la humanidad haya necesitado tanto tiempo en aprender a contemplar cualquier daño irreflexivo a la vida como incompatible con la ética» (Schweitzer, en AAC, p. 119). En otras palabras, Schweitzer no considera todas las formas de vida como inviolables bajo cualquier circunstancia. La misma palabra «veneración» (Ehrfurcht) nos indica que Schweitzer no habla de obediencia a una ley, sino de la promoción del bien que, a su vez, requiere una respuesta holista del individuo, que incluye la actitud, la disposición y los motivos tanto como la acción. Algunos individuos simplemente han leído los ejemplos de Schweitzer y se han quedado con la virtual imposibilidad práctica de su cumplimiento. Pero una lectura como ésta es confundir la intención de Schweitzer. Lo que nos da son ejemplos de lo que la veneración requiere sin la presión de la necesidad. «Siempre que daño cualquier tipo de vida, debo tener muy claro de si es necesario», argumenta Schweitzer. «No debo ir nunca más allá de lo inevitable, ni siquiera en lo que pueda parecer insignificante» (Schweitzer, en AAC, p. 120; la cursiva es mía).
En su vida personal, Schweitzer no fue absolutista en la práctica, del mismo modo que no lo fue en sus principios. No fue totalmente vegetariano, vegetalista o antiviviseccionista, por ejemplo.
Es cierto que Schweitzer parece hacerse acreedor de la acusación de absolutismo con su aparente reivindicación de que la veneración por la vida «no conoce éticas relativas». «Sólo la más universal y absoluta insistencia en el mantenimiento y la propagación de la vida, que es el objetivo que busca la veneración por la vida, es ética. Cualquier otra necesidad o conveniencia no es ética, sino una necesidad más o menos necesaria, o una conveniencia más o menos conveniente» (Schweitzer, Civilization and ethics, p. 227). Sin embargo, esto no significa que en ocasiones no tengamos que escoger entre necesidades más o menos necesarias, o conveniencias más o menos convenientes. El asunto principal es que cuando tenemos que hacerlo, como ciertamente todos tenemos que hacer, no estamos actuando éticamente según el concepto que Schweitzer tiene de este término. En otras palabras, aunque la mayoría de las veces pongamos todo nuestro empeño, somos culpables, y lo somos la mayoría de las veces: algo que Schweitzer nunca se cansa de recordarnos. «La buena conciencia», advierte, «es una invención del diablo» (Schweitzer, Civilization and ethics, p. 209).
Lo que se precisa para poner en perspectiva el pensamiento de Schweitzer es el reconocimiento de que la veneración por la vida -lejos de ser una nueva ley moral- se asemeja más a una experiencia religiosa. Él dijo mas o menos lo mismo: «Las conjeturas y los anhelos de toda religlosidad profunda están contenidos en la ética de la veneración por la vida» (Schweitzer, Civilization and ethics, p. 212). Los filósofos inmersos en cálculos utilitarios, como Peter Singer, simplemente ignoran por completo esta cuestión al debatir las aparentes inconsistencias de Schweitzer, al igual que lo hacen, para ser justos, algunos comentaristas religiosos (Peter Singer, Practical ethics, p. 91. Con anterioridad había defendido a Schweitzer en contra de sus críticos religiosos, que creo que lo interpretaron mal, en mi Moral education and reverence for live, en David Paterson, Humane education: a symposium, p. 117-125). Paul Tillich, en su penetrante estudio Morality and beyond, sostiene que «un acto moral no es un acto de obediencia a una ley externa, humana o divina», sino que es «la ley interna de nuestro auténtico ser, de nuestra naturaleza esencial y creada, que demanda que se haga realidad lo que de ella se deriva». Además, «la dimensión religiosa del imperativo moral es su carácter incondicional» (Paul Tillich, Morality and beyond, p. 12.). Ahora bien, si esto es cierto, podemos decir que es especialmente cierto en el pensamiento de Schweitzer. Ya que lo que da al concepto de Schweitzer su carácter incondicional es precisamente su dimensión religiosa. «La verdadera filosofía», mantiene Schweitzer, «se debe iniciar desde el hecho más inmediato y comprensible de la conciencia, que dice «soy vida con voluntad de vivir, inmersa en vida con voluntad de vivir»». Esto no es para Schweitzer -como él lo llama- «una ingeniosa fórmula dogmática». Habla personalmente, como alguien que ha encontrado la revelación: «Día a día, hora a hora, llevo mi existencia y me desenvuelvo en este principio. En cada momento de reflexión aparece reluciente ante mí. Brota de él una y otra vez, como raíces que nunca podrán secarse, una visión del mundo vivo -y de la vida- que puede dar cuenta de todos los hechos del Ser. Un misticismo de unión ética con el Ser crece de él»(Charles R. Joy (dir.), Albert Schweitzer: an anthology, p. 231).
Es esta identificación real, mística, de la vida individual con la vida, y a través de la vida con el Ser en sí, lo que yace en el corazón de la filosofía de Schweitzer. No es tanto una nueva ley, código o máxima, sino esencialmente una experiencia religiosa incondicional muy poderosa. La visión que yace en su interior es realmente muy simple, la comprensión del valor de otras formas de vida como dadas por Dios. La vida, en otras palabras, es sagrada o santa.

 

BIBLIOGRAFÍA

Schweitzer, Albert, Civilization and ethics, traducido al inglés por C.T. Campion, Unwin Books, edición de 1967 (edición original de 1923). Recoge su extensa crítica a la filosofía occidental, y su dilatada teoría de la veneración por la vida.

Reverence for life, traducido al inglés por R.H. Fuller, prólogo de D.E. Trueblood, SPCK, 1970. Una recopilación editada de sus contundentes sermones sobre este tema.

Detalles de sus libros – incluyendo «Cristiandad y Derechos de los Animales», «Teología de los Animales» y muchos otros – e información acerca de los cursos puede obtenerse en: Profesor Andrew Linzey, Mansfield College, Oxford OX1 3TF, UK (Reino Unido). Tel/fax (44) (0)1865-270999

DE IVU NEWS

En el boletín de IVY NEWS se refieren al Profesor Linzey como el primer profesor de teología y del bienestar animal del mundo. El Rev. Dr. Linzey es de hecho un profesor de teología, pero no de bienestar de los animales, su puesto actual en Mansfield College, Oxford, Reino Unido, es el de investigador en teología y bienestar de los animales. Sin embargo, no dudes ponerte en contacto con él: a Andrew le encanta oír de todos aquellos que se interesan acerca de la posición de los animales en la teología cristiana y en otras filosofías y doctrinas.

Textos extraídos de www.ivu.org y www.geocities.com/baseanimal

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