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La dieta y la mujer

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Si Ud. le pregunta a cualquier médico qué es lo que puede hacer una mujer para prevenir el cáncer de mama, la respuesta que probablemente reciba es realizarse una mamografía anual después de los 50 años, o tal vez después de los 40. Desde luego que las mamografías son importantes. Pero no previenen el cáncer; lo detectan. Los procedimientos que le siguen son biopsias, cirugía, quimioterapia.

Lo que es ampliamente desconocido para el público americano (y tristemente poco enfatizado por los colegios médicos), es que el cáncer de mama es casi siempre una enfermedad prevenible. Cuando yo era estudiante, el cáncer de mama lo padecían una de cada once mujeres; hoy en día es una de cada nueve.

Y no es porque los científicos no tengan esa información. Ya en 1982, el National Research Council (Consejo Nacional de Investigación), publicó un informe denominado «Dieta, Nutrición y Cáncer» el cual mostraba montañas de evidencias relacionando específicamente la dieta con el cáncer de mama y de otros órganos específicos. Lamentablemente, estos informes han acumulado polvo en los centros médicos, ya que nunca hubo un esfuerzo organizado para brindarle a la mujer la información necesaria para tomar decisiones que le puedan ayudar a prevenir el cáncer. Los factores dietéticos surgieron de comparaciones con diferentes países. Por ejemplo, en Japón, el cáncer de mama es poco frecuente. Sin embargo, las japonesas que emigraron a EE.UU. tienen el mismo riesgo de contraer cáncer de mama que las americanas. Esto significa que más de un 400% de incremento en las probabilidades, además de echar por tierra las cuestiones genéticas, ya que los genes en estos casos parecen incidir muy poco. (Para confirmar esto basta con observar a las americanas que se van a vivir a Japón, las cuales disminuyen el riesgo de esta enfermedad en idénticas proporciones).

La mayor diferencia se encuentra en la dieta; el factor crítico parece ser el porcentaje de grasas (principalmente grasa animal) que ingieren. Mientras en Japón el porcentaje de grasas consumidas (medido en calorías) está en el orden del 15%, en EE.UU. es de un 37-40%. A mayor consumo de grasas, mayor probabilidad de contraer cáncer de mama. Asimismo es bueno señalar que las vegetarianas tienen una incidencia de cáncer de mama muy inferior a las no vegetarianas. El eslabón entre las grasas y el cáncer de mama parece deberse a que la mayoría de los tumores son «estimulados» por los estrógenos, la hormona sexual femenina. Éstos son hormonas normales y esenciales tanto para el hombre como para la mujer. Pero a mayores niveles de estrógenos, mayor probabilidad de contraer ciertos tipos de cáncer. El principal estrógeno es el estradiol, y la cantidad del mismo está directamente relacionada con el consumo de grasas en la dieta. En dietas con alto contenido graso, los niveles de estradiol son muy altos. Con dietas pobres en grasas, se observan bajos niveles de estradiol. Los veganos (no consumen ningún tipo de producto animal; ni lácteos ni huevos) tienen los más bajos niveles de estradiol.

Además, el estradiol es transportado por la sangre por moléculas especiales. En dietas altas en grasas, una mayor cantidad de estradiol se desprende de estas moléculas y se torna biológicamente activo, como soldados que descienden de un jeep que los transportaba y están listos para atacar. Otro problema es que las dietas altas en grasas basadas en carne, pollo, pescado y lácteos, no poseen fibra (debido a que estos alimentos no la contienen en absoluto). La fibra es una parte de los vegetales que resiste la digestión en el tracto digestivo. La evidencia muestra que la fibra colabora para disminuir los niveles de estrógenos. Asimismo la soja posee fitoestrógenos, que también tienden a disminuir los niveles de estrógenos.

El hecho de que la mayoría de las mujeres en EE.UU. tenga altos niveles de estrógenos resulta preocupante. Y esto se debe no sólo a la incrementada probabilidad de contraer cáncer de mama, sino a que tiene incidencia sobre otros problemas. Cuando yo realizaba mi residencia, había niñas de 12 y 13 años que ya se habían quedado embarazadas una vez. Yo me preguntaba cómo era posible que la naturaleza capacitara a una mujer para tener un hijo, mucho antes de estar preparada para ser madre, ya que a esa edad es difícil que puedan tener una relación duradera con otra persona, que puedan mantener al hijo, o simplemente el hecho de no estar preparadas psíquicamente. Parecía ser como que la naturaleza estaba fallando. Sin embargo, el error fue mío ya que la pubertad tendría que comenzar unos cuantos años más tarde.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, la edad promedio de la pubertad en los países occidentales, en el año 1840 era de 17 años. Hoy el promedio está entre los 11 y 13 años. En aquellos entonces, las dietas altas en grasas eran muy poco frecuentes. Luego se fue expandiendo con las consecuencias a la vista. Es interesante hacer notar que hoy en día, en la China rural (más de 1.000 millones de personas) comen mayormente verduras y cereales (dieta muy baja en grasas), y las tasas de cáncer de mama, las enfermedades cardíacas, la obesidad, etc. son muy poco frecuentes. La pubertad aparece en promedio a los 17 años, como en EE.UU. 150 años atrás, cuando teníamos una dieta baja en grasas. Y cabe señalar que una temprana pubertad está fuertemente asociada al cáncer de mama.

Las dietas altas en grasas estimulan la absorción de carcinógenos. Los investigadores han comprobado que los carcinógenos del humo del cigarrillo absorbidos por el tejido pulmonar viajan junto a grasas a través de la sangre. Pareciera ser que en dietas bajas en grasas, el cuerpo es menos proclive a absorber y transportar carcinógenos. También hay otras evidencias interesantes como el selenio (que se encuentra en los cereales) que sirve para prevenir el cáncer, al igual que el ejercicio físico, y la abstención del alcohol.
El Dr. Daniel Cramer, de la Universidad de Harvard, estudió el cáncer de ovario. Estudió a cientos de mujeres que padecían esta enfermedad, elaborando rigurosos y exhaustivos registros acerca de qué comían. Luego lo comparó con mujeres que tenían una edad similar, pero no padecían cáncer de ovario, y tenían otras variables demográficas. El Dr. Cramer encontró que las mujeres que padecían cáncer de ovario consumían con una frecuencia mucho mayor un grupo de alimentos: los productos lácteos, y en especial el supuestamente «sano» yogur.
El culpable parece ser la lactosa o azúcar de la leche. El cuerpo descompone la lactosa en galactosa, y luego ésta es descompuesta por enzimas. Según el Dr. Cramer, cuando las enzimas no son suficientes para descomponer la galactosa (debido al gran consumo de lácteos), ésta se empieza a acumular en la sangre, lo cual puede dañar los ovarios. Algunas mujeres tienen niveles muy bajos de estas enzimas, y si encima consumen lácteos en forma regular, el riesgo de contraer cáncer de ovario se puede triplicar. El problema es el azúcar de la leche (lactosa) y no la grasa, de lo que se desprende que no se soluciona cambiando lácteos enteros por descremados. Existe una gran evidencia acerca de la gran incidencia de la dieta en la prevención del cáncer. El sistema inmunológico es nuestra línea de defensa para luchar contra un cáncer inicial o para evitar que se disemine por todo el cuerpo. Hay estudios que demuestran que ciertos alimentos tienden a mejorar el sistema inmunológico y otros a debilitarlo. Un reciente estudio en Alemania comprobó que los vegetarianos tenían más del doble de células asesinas (glóbulos blancos especializados en encontrar y destruir células cancerosas). Asimismo, dietas altas en grasas demostraron tener un efecto inmuno-depresor.

Ciertas vitaminas tienden a potenciar el sistema inmunológico. El betacaroteno se encuentra en verduras verdes y amarillas. El Instituto Nacional del Cáncer comprobó que las personas que tienen un alto consumo de este tipo de verduras tienen un riesgo menor de contraer cáncer. También las vitaminas C y E, y los minerales selenio y zinc son potenciadores del sistema inmunológico, y se encuentran en abundancia en el reino vegetal.

Para terminar, es bueno señalar que el Instituto Nacional del Cáncer (EE.UU.), brinda recomendaciones que por no ser estrictas, terminan siendo contraproducentes en muchos casos. La indicación de que una dieta para prevenir el cáncer no debe contener más de un 30% de las calorías provenientes de grasas es engañosa; en Japón, donde los tipos de cáncer mencionados son muy bajos, el consumo de grasas está en el orden del 15% de las calorías consumidas. El estudio Willett de Harvard, demostró que una dieta con un 30% de grasas (como recomienda el Instituto Nacional del Cáncer), no tiene efectos comprobables en la incidencia del cáncer. El mismo estudio propuso que para evitar varios tipos de cáncer el consumo de grasas no superara el 15%, como sucedía en China y Japón. Para consumir menos del 15% de grasas en nuestra dieta no hay que ser un científico; basta con comer frutas, verduras, legumbres y cereales, e indefectiblemente se estará en esa cifra, o en una aún menor.

Por  Neal D. Barnard
Doctor, presidente del PCRM. Es un orador popular y es autor de varios libros como Foods That Fight Pain (Alimentos para Combatir el Dolor); Eat Right, Live Longer (Come Bien, Vive Más Tiempo); Food for Life (Alimentos para la Vida); y otros libros sobre medicina preventiva.

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